27 julio 2019
16 febrero 2016
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07 agosto 2013
DIARIO DE UN OCIOSO
Domingo, 4 de agosto de 2013
Vacaciones, días 7, 8 y 9
Noche. Salimos a pasear con Cass y se nos acerca una pit bull joven. Lleva collares, es muy obediente y parece haberse escapado de casa. Empezamos a preguntar por los alrededores y nadie la conoce, preguntamos en el restaurante de la urbanización y tampoco la han visto nunca. Llamamos a emergencias. La policía local me dice que no pueden hacer nada. Es una irresponsabilidad dejarla en la calle (puede hacer daño a alguien, puede provocar un accidente...) pero ellos no ofrecen ese servicio de noche (los recortes... argumentan). Decidimos seguir buscando y encontramos unos vecinos que se la quedaran por la noche, nosotros la recogeremos por la mañana y la llevaremos a la protectora de animales. Nos estamos despidiendo de los buenos samaritanos cuando escuchamos gritos... son los amos que la están llamando... problema solucionado, pese a la policía local.
Rutina vacacional completa la mayoría de los días. Pocas cosas son tan placenteras como no tener nada más que hacer que cumplir con una rutina totalmente vacía de obligaciones.
Mani celebra sus 40 años con una cena-fiestón en su casa. Muchos amigos, comida buenísima, música no tanto (Ivan no tuvo nada que ver con ella, era obligatorio decirlo), sensación total de vacaciones y promesas de amistad eterna – sin duda inducidas por la ingesta generosa de bebidas alcoholicas – al acabar poco antes de la hora de despertarse para ir a la playa.
Cenamos, otra vez con Toni, en el Ramón Petit (S’Agaró). Hace unos años fuimos por primera vez y no nos convenció. Siguiendo una recomendación (de alguien al que hacíamos caso por primera y última vez) decidimos repetir. Gran error. Raciones algo escasas, un surtido de quesos lamentable (tres variedades de queso y ¡cortado con máquina!), carta de vinos a un precio insultante (con botellas que multiplicaban por cuatro su precio en bodega... naturalmente seguimos bebiendo cerveza) y, en general, una paupérrima relación calidad-precio. Esta vez no volveremos... espero.
Todo lo contrario (comida excelente, trato amable, buena relación calidad-precio) es lo que nos dan en el Restaurant del Club Nàutic de Sant Feliu de Guíxols (Zona Esportiva del Port, s/n. Sant Feliu de Guixols. 972 321336). Con Quim, Carol, Noa, Vega y Toni, hacemos una pre-celebración de mi cumpleaños con un arrocito y una larga sobremesa que continúa en el patio de los apartamentos. Aquí si que volveremos.
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25 agosto 2010
DIARIO DE UN OCIOSO
Miércoles, 25 de agosto de 2010
Cenamos en Gracia con Víctor, Laura, Iola y David. Raciones enanas bautizadas como boinas en un local del que ya no recuerdo el nombre (en realidad creo que nunca lo supe). Las cartas terriblemente manchadas de aceite, tenían que habernos puesto sobre aviso. La compañía, por suerte, arregla la noche que acabamos en el patio de un bar con aspecto de gallinero. Vuelvo a casa cargado de regalos: un lote de productos de Setcases y un Ribera de Duero que acompañará la pronta – espero - ingesta del primer regalo.
Es muy tarde pero aún estoy a tiempo de acabar “Extremely Loud & Incredibly Close” de Jonathan Safran Foer que, pese a tener que leerlo diccionario en mano, me ha encantado. “Extremely Loud...” es un libro experimental lleno de páginas en blanco, de fotografías, de gráficos, de páginas con una sola palabra, a veces el texto está apretado y otras resulta incluso ilegible... pero sobretodo es un libro sobrecogedor y, a la vez, muy tierno. Safran Foer cuenta la epopeya de Oskar Schell, un niño de 9 años muy despierto y muy inteligente que, tras la muerte de su padre en el 11/s encuentra una llave y decide encontrar la cerradura a la que pertenece buscando también acercarse a su padre. La inocencia de Oskar, sumada a su inteligencia, dan como resultado un personaje entrañable, algunos momentos entrañables y muchas sonrisas cómplices. Oskar tiene algunas deudas con Alex, el narrador de “Todo está iluminado” o al menos a mí me lo ha recordado y me ha resultado igual de irresistible.
El libro resulta emotivo y los recursos estilísticos al borde del abismo que Safran Foer emplea consiguen crear estados de animo que favorecen el desarrollo de la novela. Me ha gustado mucho.
Os dejo, como regalo, la tarjeta personal de Oskar Schell una muestra de los detalles que encontrarás en esta estupenda novela que en castellano ha sido traducida como “Tan fuerte, tan cerca”.
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03 diciembre 2009
Restaurantes aberrantes (4)
El Ego o hoy sólo tenemos dos cervezas.
Dicen que la primera impresión es la que cuenta.
El trato que recibimos nada más entrar podía presagiar el desastre que sería el resto de la noche... pero no supimos leer entre líneas y no nos ahorramos la triste experiencia que supuso cenar en el restaurante Ego de la calle Comerç de Barcelona.
Entramos por la puerta. El restaurante está prácticamente vacío y nadie sale a recibirnos. Al cabo de más de un minuto aparece un camarero que, a gritos y desde la otra punta del local nos pregunta que queremos. (Paréntesis número 1: Dos tipos entran en un restaurante a las 21:30 y se quedan parados junto a la puerta ¿Alguien tiene alguna ligera idea de lo que pueden querer?). En vez de huir, contestamos a la pregunta diciendo que nos gustaría – si es posible y no es demasiada molestia – cenar algo.
Nos señala una zona del local y, sin acompañarnos, nos dice que escojamos mesa y desaparece otra vez.
Pese a que sólo hay una mesa ocupada, tardan muchísimo en atendernos. Al final nos traen la carta y pedimos.
Como cortesía nos obsequian con un plato con butifarra blanca y butifarra negra, la cosa empieza a mejorar. La lástima es que las cervezas que hemos pedido no aparecen hasta que el plato – que era generoso – ha pasado a la historia. Aparecen por fin las cervezas y, tras ellas, los primeros. (Paréntesis número 2: En este momento la camarera – muy amable – nos dice que si queremos nos trae una copa de sangría que ofrecen como cortesía pero que – seguramente por la acumulación de trabajo que les proporcionan las dos mesas ocupadas en todo el local – han olvidado de servirnos al principio de la cena).
Mi primero es decepcionante. La pasta navega en un mar de líquido mientras que las chistorras – para nada integradas con la pasta – hacen la guerra por su lado. Un plato hecho con poco cariño y una preocupante falta de pericia culinaria. Pero pese a que es un plato de piso de estudiantes en su primer año, como hay hambre, me lo como.
Nos gustaría acompañar el primero con una segunda cerveza, la pedimos.
La segunda cerveza no llegará nunca a nuestra mesa, pero nosotros aún no lo sabemos.
Llegan los segundos. El tataki de atún que me sirven es de lo peor que he tenido jamás en el plato. Cuatro pedazos de atún – no demasiado escogidos – totalmente hechos. El interior no está crudo y el exterior está más cerca de estar hervido de estar tostado. Jordi no tiene mejor suerte y opta por dejar el plato prácticamente inmaculado. No sé si hemos tenido la mala suerte de aterrizar el día de los becarios en la cocina... pero lo parece. En medio de la zozobra aparece la camarera y nos dice que no hay más cervezas. (Paréntesis número 3: en este momento yo me giré para buscar la mesa con la veintena de alemanes que estaban acabando con las existencias de cerveza del local... pero la única mesa en la que se estaba consumiendo el escaso recurso era en la nuestra). Nos invita a que escojamos una botella de vino de la carta que correrá a cuenta de la casa. Lo hacemos.
Hay dudas sobre si pedir postre o no. Pero, como la cosa ya no puede empeorar, nos decidimos a hacerlo. El tamaño de mi crepe con helado es descomunal. Es lo mejor que puedo decir del postre (por suerte se les había acabado uno que, según la camarera, es todavía más grande).
Al final – y teniendo en cuenta que sólo pagamos las cervezas y que realmente nos invitaron al vino – pagamos 23 euros por persona. Mi peor inversión en los últimos tiempos. No volveré.
Para colmo algo me sentó mal. Una cena para olvidar, un local para no ir.
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01 febrero 2009
DIARIO DE UN OCIOSO
Sábado, 31 de enero de 2009
Han pasado muchos años – más de 25 – desde la última vez que estuve en Ribes de Freser. Mis recuerdos de aquellos finales de verano en compañía de mis abuelos, seguramente no tendrán nada que ver con lo que voy a encontrarme. Pese a eso tengo esa extraña sensación que tenemos cuando volvemos a los lugares en los que fuimos felices.
El viaje confirma mis temores. Lo que recordaba como una aventura es ahora un rutinario viaje en un tren de cercanías. Cómodo – no tan rápido como sería deseable – y funcional, el anodino viaje nos ocupa un par de horas.
Poco después de salir de la estación y mientras empezamos a buscar la manera de llegar hasta nuestro hotel – no hay taxis, ni buses, ni ninguna indicación que nos guíe – la nostalgia me asalta al encontrar el hotel – cerrado por temporada baja – en el que pasé aquellos veranos de hace tanto tiempo. Allí está la piscina – ahora llena de bidones de plástico que la ayudarán a superar las inclemencias climáticas del invierno – y el jardín tal y como los recordaba (algo más pequeños que en mis infantiles recuerdos, pero no tan distintos pese a los años que han pasado desde entonces). También están los ventanales – cerrados como el hotel – tras los que, por las tardes, nos atrincherábamos con una Fanta en la mano para jugar a cartas y a ajedrez.
Superado el momento de nostalgia y la desorientación que tenemos, encontramos el camino hasta el hotel que no está tan cerca como creíamos. La excursión – sobretodo en su tramo final – es larga pero el esfuerzo queda recompensado al llegar a nuestra habitación.
La habitación que han reservado para nosotros (es un regalo de cumpleaños que no hemos podido disfrutar hasta cinco meses después) es una suite fabulosa en el hotel Resguard dels Vents (Cami de Ventaiola, s/n. Ribes de Freser Tel. 972 72 88 66).
Grande, espaciosa, con los techos altos y un ventanal inmenso que da a la montaña y al pueblo que se ve chiquito a nuestros pies.
Hacemos nuestra la habitación y salimos de excursión con destino a Nuria. La estación del cremallera está a los pies de la cuesta que sube al Hotel. Pocos minutos después llegamos tras ver como un trenecito salía de ella poco antes de llegar. Esperamos cincuenta minutos haciendo un aperitivo en un par cercano lleno de parroquianos.
El viaje en un Cremallera prácticamente vacío es muy agradable. En Nuria hace frío y pese a que hace tiempo que no pisamos nieve, el hambre nos aprieta y decidimos comer en el Hotel (no hay demasiadas más opciones). El buffet del Hotel Serhs Vall de Nuria parece a priori una opción válida pero el resultado no puede ser más desilusionante. Servicio casi inexistente (y cuando aparece – cosa extraña – resulta graciosillo y poco atento), comida triste (a medio camino entre la de escuela y la de hospital), un ambiente desolador y un precio insultante son las características de las que hace gala este restaurante. Nosotros no repetiremos pero espero que leer esto sirva de aviso para otros hambrientos incautos.
De nuevo en marcha – poco reconfortados por el alimento ingerido – decidimos coger el telecabina que sube hasta el albergue del Pic d’Aguila. La meteorología nos ha dejado sin vistas y tras pisar la nieve y tirarnos un par de bolas, emprendemos el largo camino de vuelta a Ribes. Allí damos una vuelta, compramos alguna cosa por si el hambre aprieta en la habitación del hotel y me reencuentro con otros paisajes urbanos que me traen recuerdos de mi infancia: el paseo junto al río, el cine que ahora parece cerrado pese a que mantiene las carteleras – vacías – junto a la puerta, alguno de los bares a los que mis abuelos me llevaban a hacer el aperitivo...
Llamamos al taxista (el único del pueblo) para que nos suba al hotel pero no está en Ribes. Está lloviendo y la subida hasta el hotel es larga y pronunciada. Llamamos al Hotel y nos envían un coche que nos rescata y nos devuelve a nuestra habitación.
El día se apaga y, estirado en el sofá veo como las luces del pueblo se van encendiendo. Como en todo el pueblo se oye ruido de agua y el lejano silbido del cremallera que llega cargado con los últimos esquiadores.
Cenamos en el Hotel. De primero verduras a la brasa que no pasan del correcto. María José ha elegido mejor y su revuelto de ajos tiernos, espárragos y gambas está muy bueno. Pero cuando parece que las expectativas depositadas en la cocina del Hotel no se van a cumplir, aparecen los segundos y empezamos a disfrutar de verdad. La merluza de María José está de miedo pero mi atún a la plancha – con dos mermeladas y aromatizado con sal maldon tostada – es de los mejores que nunca he comido. Espectacular.
Acabamos compartiendo un postre con mucho chocolate que sirve de colofón para una buena cena.
Hora de ir a dormir. Estamos cansados después de muchas horas y muchas actividades. Mañana más.
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08 junio 2008
RESTAURANTES ABERRANTES (2)
Mamacafé restaurant (Doctor Dou, 10)
Retomo esta sección que no me gusta que aparezca (señal de que he tenido una mala experiencia gastronómica) pero que considero de utilidad pública para denunciar otro caso de abuso en el sector de la restauración.
Es cosa sabida que las cenas de grupo suelen acabar en desastre. Y la cena en el Mamacafé restaurant no fue la excepción que confirma la regla.
A la larga espera para que llegara el primer plato se le unió la decepción ante el plato: la ensalada que me sirvieron era escasa y carecía de virtudes. La espera entre primero y segundo fue un drama y –como tuve el atrevimiento de levantarme coincidiendo con la llegada de los segundos – fui castigado con un periodo de espera adicional que hizo que mis compañeros de mesa acabaran de comer mientras yo seguía reclamando un segundo que, cuando llegó, se reveló también escaso pese a su rimbombante nombre.
El postre – incluido también en el menú – rozaba el correcto.
Lo peor es que el precio total del invento fue de 31 euros, un precio excesivo por lo que recibimos a cambio y, sobretodo, por como lo recibimos.
No sé que tal se come en el Mamacafé a la carta... pero con toda seguridad tardaré en averiguarlo.
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28 abril 2008
RESTAURANTES ABERRANTES (1)
Restaurant ¿?)
Inaugura esta sección dedicada a las malas experiencias en el sector de la restauración nuestra cena en el Restaurant ¿?, situado en ¿?, en el local del que habían sido los Almacenes ¿?. Quiero destacar las cosas que no me gustaron y, sobretodo las que me indignaron, para denunciar las malas prácticas que – cada vez más – se cometen en los restaurantes de nuestra ciudad.
El restaurante es muy bonito, tiene mesas con espectaculares vistas a ¿? y una decoración moderna que le da un aire muy cosmopolita. Hasta aquí, todo bien. Llegamos y una amable recepcionista nos hace subir por las escaleras hasta la recepción donde reina el caos. Pedimos por nuestra mesa reservada – nuestros compañeros de mesa ya han llegado – y nos dicen – riéndose – que no saben dónde están y empiezan una búsqueda por las mesas ya ocupadas preguntando el nombre para averiguar dónde están. El caos, pese a los medios que tienen (mucha gente con pinganillos en las orejas), nos sorprende.
Nos sentamos a la mesa – ya completa - a las 10:40 (la hora del segundo turno, lo que indica que los del primer turno se han visto obligados a comer en hora y media) y los primeros no aparecen hasta una hora después. Los 7 platos llegan a la vez, por desgracia somos 8. Se han dejado uno que hay que reclamar ya que ellos no se han dado cuenta de que sólo servían a 7 de las 8 personas de la mesa. (En mi caso un surtido de verduras a la brasa que roza el aprobado).
Comer debería ser una cosa armónica y la espera entre platos debe ser mínima. En algunos locales lo consiguen, no es el caso del ¿?. Entre la aparición de los primeros y la de los segundos pasa más de media hora. Pasan de las 12:00 cuando nos traen los segundos, llevamos hora y media en el local (mi steak tartar con patatas fritas es correcto pese a que las patatas que lo acompañan están algo blandas).
Nuevas largas esperas para postres (lo mejor de la noche es El Negre (un coulant con helado de chocolate) que me como de postre) y cafés.
Dada la hora no hacemos sobremesa, pagamos (26’5 por persona, en principio correcto por lo que hemos comido-bebido, dejando al margen el caos y las esperas) y salimos (pasa de la 1:30, tres horas después de nuestra entrada).
Al revisar la cuenta en casa vienen las sorpresas. Algunas positivas (se han olvidado de cobrar una de las botellas de vino, una de las aguas y todas las cervezas, lo que hubiera elevado la cuenta a límites vergonzantes) y otras indignantes:
1.Nos cobran el pan. Que no hemos pedido (cuando estábamos tomando los segundos ha aparecido un camarero que nos ha ido sirviendo pan mientras te preguntaba si querías o no) y que ha consistido en media rebanada (si, si... media – por suerte cortada con cuchillo y sin marcas de dientes ajenos) por persona. El pan era flojo, algo gomoso y MUY CARO. Cada media rebanada tiene un coste en el ¿? de 2 euros (333 pesetas de las de antes, a veces conviene recordarlo).
2. Los carajillos de baileys tienen un coste – unitario – de 3’80 euros. Es decir, tomarse un carajillo, en el vaso de carajillo de toda la vida, cuesta 632 pesetas (más iva). Para pensárselo.
No se puede cobrar eso por el pan y menos cuando lo que sirves es de menos nivel que lo que te regalan en el bar de menús de toda la vida. Es este tipo de actitudes lo que provocan la indignación del comensal que se siente indefenso ante estos abusos. Por poco que pueda no volveré al ¿?.
Escrito por xavi a las 10:13 a. m. 2 comentaris
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