DIARIO DE UN OCIOSO
Sábado, 9 de noviembre de 2013
Me levanto. En la
habitación hace frío. Descubro que no pusimos en marcha los
radiadores y que la ventana del salón está abierta. Mientras
preparo el desayuno intento caldear un poco la sala esperando a que
María José se levante.
En el mapa – lleno de
anuncios – que cogimos ayer en la recepción del hotel, se destacan
una serie de zonas de interés. Una está justo al lado del hotel y
decidimos dar un paseo. Salimos del hotel, bordeamos un pequeño
estanque y nos paramos a hacer las primeras fotos junto a una
iglesia. Empieza a llover. Al principio no nos preocupa, pero las
gotas se convierten en cascadas y tenemos que volver a la tienda que
hay junto al hotel para comprar un – enorme – paraguas. Al salir
del super ya no llueve (ni volverá a llover en todo el fin de
semana).
Decidimos seguir con
nuestro paseo pero en la primera esquina nos equivocamos y seguimos
un trazado distinto. Cuando nos paramos para situarnos, descubrimos
que la pequeña zona verde por la que estamos paseando corresponde al
trazado del antiguo muro. Decidimos no desviarnos del camino por el
que nos ha llevado el azar y seguimos por un camino flanqueado por
edificios ocupados. La lluvia y la hora temprana hacen que nuestro
paseo sea agradablemente solitario.
Llegamos hasta
Friedrichshain-Kreuzberg donde, junto al río, queda el mayor
fragmento de muro conservado. Aquí, bajo el nombre genérico de
East Side Gallery, artistas de todo el mundo dejaron su aportación
artística en un enorme monumento al recuerdo. Viendo este muro,
recordando el momento de su caída, nos preguntamos como pudo pasar
esto en un espacio y en un tiempo tan cercanos. Al final, una muestra
de fotografías, también pegadas a los restos del muro, nos muestran
los muros que todavía existen en el mundo y nos hacen ver que la
historia nos ha enseñado poco y que siguen habiendo muros igual de
duros, injustos e irracionales como el de Berlín. Impresionados,
seguimos con nuestro paseo, reflexionando sobre lo que hemos visto y
sentido.
Hora de hacer una breve
parada técnica. El café que suelo pedir en Starbucks es malo (una
enorme bañera de líquido negro que sirven a una temperatura
potencialmente peligrosa) pero su wi-fi es muy útil y sus espacios
cómodos. Aprovechamos para colgar las primeras fotos de Berlín en
Instagram.
De vuelta en la calle,
seguimos con nuestro paseo. Caminamos por Unter der Linden hasta
Alexanderplatz y allí cogemos el S-Bahn hasta el barrio de
Prenzlauer Berg para seguir caminando. Cruzamos calles y plazas
comentando detalles, entramos en una antigua cervecera reconvertida
en centro cultural y de ocio y nos encontramos con un par de
mercadillos en los que venden desde carne o frutas a quesos o
productos artesanales. El primero es pequeño pero nos permite
comprar algo para coger fuerzas por el paseo. El segundo, mucho más
grande, nos permite disfrutar de olores, productos y pasar un buen
rato mezclándonos con los lugareños.
Tras pasear un poco más
nos damos cuenta de que es hora de comer. Tras descartar un
desplazamiento – estamos cansados – buscamos por los alrededores
y acabamos comiendo en el Oxymoron (Rosenthaler Str. 40/41, 10178
Berlin). Comemos muy bien, disfrutamos del wi-fi, del bonito
escenario y de un merecidísimo descanso.
No estamos lejos de la
Isla de los Museos y quiero ver el Altar de Zeus de Pérgamo.
Impresionado, descubro otras maravillas como la puerta del mercado de
Mileto, la Puerta de Ishtar o un fragmento del palacio de Mushatta.
Finalmente llegamos frente al Altar de Zeus y sus dimensiones me
impresionan todavía más de lo que esperaba.
Vuelta al hotel y
descanso. Salimos con las fuerzas renovadas para descubrir un poco de
la noche de Berlín. Nos acercamos a Friedrichshain otra vez con la
intención de acercarnos al local donde esta noche tocan Crystal
Fighters pero al final preferimos seguir callejeando. Muchísimos
locales: restaurantes, bares, cafeterías, pubs... y muchísima
animación. El barrio promete también para una visita diurna... pero
será la próxima vez. Tras mucho pasear, acabamos cenando en un
indú. El Akash (Gruenberger Str. 33 10245 Berlin) es un pequeño
restaurante donde se come muy bien. Vuelta a casa y a dormir. Por el
camino, en el metro, hay más animación que de día, la gente
continúa bebiendo – botella en mano – camino del próximo bar. Sigo muy resfriado.
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