07 junio 2004

DIARIO DE UN OCIOSO
Sábado, 5 de junio de 2004


Después del desayuno comunitario María José y yo bajamos al pueblo con la intención de ver a Tere. Por desgracia hoy el bar está cerrado (hay un par de bodas en el pueblo y deben estar invitados).
Volvemos a casa y salimos con destino a Cantavieja (Teruel) donde hemos reservado mesa en el Buj (Avenida del Maestrazgo, 6. Cantavieja. Tel. 964.18.50.33). El Buj es un pequeño restaurante, llevado con cariño y profesionalidad. Su cocina casera, hecha con productos de la tierra y con la dosis justa de creación, es un oasis en la oferta gastronómica de esta región. Comer en el Buj es un pequeño placer del que intentamos disfrutar en las contadas ocasiones que nos dejamos caer por estas tierras.
Volvemos a casa y, sentados a la fresca, dejamos que el calor de la tarde nos adormezca al son que marcan los pájaros.
Olivia y Roberto desgranan los guisantes que la tía Ángela nos ha traído recién cogidos del huerto mientras leo (me está gustando mucho “Las cenizas de Ángela”).

“...Es fácil desgranar guisantes. Una presión con el pulgar en la vaina y ésta se abre, dócil, entregada. Algunas, menos maduras, se muestran más reticentes: una incisión con la uña del dedo índice permite entonces desgarrar lo verde y notar la humedad y la carne densa, apenas debajo de la piel falsamente apergaminada. Acto seguido, se hacen resbalar las bolas con un solo dedo. La última es tan minúscula... A veces, dan ganas de hincarle el diente. (...) Entonces hablamos poquito a poco, y la música de las palabras también parece venir del interior, apacible, familiar. De cuando en cuando, alzamos la cabeza para mirar al otro; pero el otro se ve obligado a mantener la cabeza gacha; tal es el código. Hablamos de trabajo, de proyectos, de fatiga, no de psicología. La operación de desgranar guisantes no se presta a explicaciones, sino a ir siguiendo el proceso con cierta morosidad. Podría no costar más de cinco minutos, pero nos resulta muy grato prolongar, dilatar la mañana, vaina tras vaina, arremangados. Acariciamos las bolas peladas que colman la ensaladera. Son suaves al tacto; todas esas redondeces contiguas forman como un agua de tierna tonalidad verde, y nos sorprende no mojarnos las manos. Tras un largo silencio de claro bienestar, alguien dice: - Sólo falta ir a buscar el pan.”
Philippe Delerm. El primer trago de cerveza. Barcelona 1998


Roberto prepara unos excelentes guisantes que empezamos a comer a las 12 de la noche.
Tras la cena larga partida al diccionario.

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