DIARIO DE UN OCIOSO
Sábado, 15 de octubre de 2005
He dormido poco cuando suena el despertador. Con pereza arrancamos y conseguimos, después de desayunar, salir juntos. En el metro nos separamos, María José se va a Castellón y yo a una tradicional excursión con ex compañeros de trabajo.
El tren que me lleva a Cerdanyola va casi vacío y, pese a que el sueño me vence en algún momento, consigo no dormirme profundamente y no me paso de parada. Recuerdo, al bajar, las muchas veces que, en esta misma estación y con los mismos ojos llenos todavía del sueño del madrugón, cambiaba de transporte en mi camino hacia la universidad.
Albert, el culpable de esta entrañable tradición, me recoge en la estación y me lleva hasta el punto de reunión. Poco a poco van llegando el resto de expedicionarios, todos relacionados con la empresa para la que trabajé hace ya unos años. Algunos, como yo, han dejado de trabajar en ella y otros todavía ahora trabajan en esa empresa. Es una oportunidad para encontrarme con ellos, para intercambiar – en las breves conversaciones que iré teniendo a lo largo del día – noticias sobre la evolución de nuestras vidas, para reír y para recordar viejas batallas perdidas y ganadas.
Reunirse es difícil y, cuando por fin estamos todos, empezamos la subida a “la Mola”. El día no nos acompañará y tendremos suerte si no nos llueve. El camino – pese a mis continuas quejas – es tranquilo y sólo lo endurece un poco la niebla que nos rodea, nos empapa y no nos impide dejar de sudar.
Dos horas después llegamos al monasterio de Sant Llorenç de Munt y en unos minutos ya estamos sentados en la larga mesa (en total somos 17) con una cerveza en la mano.
Comida hecha a la brasa, vino peleón y cava para brindar por el cumpleaños de Xavi C. sirven de cojín para las anécdotas de siempre y para nuevas historias. Recuperamos lo mejor del tiempo que pasamos juntos y tengo la sensación de que no ha pasado el tiempo, de que todavía participamos de un mismo proyecto. Es agradable. Fuera no para de llover.
Cuando escampa – la lluvia ha servido de excusa para una ronda extra de cava – empezamos a bajar. El sol nos acompaña y hace la excursión mucho más agradable. Rosa se pierde por el camino y – suerte del teléfono móvil – tardamos un buen rato en volvernos a reunirnos todos.
Llegan las despedidas, los abrazos y los “hasta pronto”. Ha sido agradable, el año que viene – si puedo – no faltaré.
Cuando llego a casa María José acaba de llegar. Tengo las fuerzas justas para dejarme preparar la cena y para intentar leer un poco antes de caer rendido.
16 octubre 2005
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