27 julio 2020

DIARIO DE UN OCIOSO
Lunes, 27 de julio de 2020


Han pasado quince días desde mi último escrito. Las cosas no han cambiado mucho: Cass sigue dando pequeños pasos hacia atrás, salimos poco y adaptamos nuestras salidas a sus necesidades. El cansancio es ya parte de nuestro día a día y no sabemos si tendremos vacaciones y, si finalmente llegan, como y cuando serán.

El panorama no es, no obstante, tan duro como el primer párrafo puede hacer creer a lectores no acostumbrados a la tendencia a la hipérbole que caracteriza a este que escribe.

Los desayunos en el patio de Graceland iluminan los inicios de cada día. También son fuente de luz las comidas, las cenas y los ratos que compartimos (aunque en ocasiones sea en burbujas contiguas). También ayuda compartir los malos momentos o ocuparse de todo cuando el otro llega al límite de saturación.

Y, como siempre, la cultura y el entretenimiento nos acompañan en este verano maldito y nos ayudan a capear el calor. Vemos Bosch, American Gods, Dark y maratones de películas ochenteras. Leo, una vez más, “Cien años de soledad” y me ayuda a recuperar ciertos ritmos de lectura perdidos.

Los sábados, en una nueva tradición que dice María José que ha venido para quedarse, hacemos paella. También ha habido tiempo para alguna comida con amigos en Graceland (que este año, las circunstancias obligan, se ha vuelto a convertir en lugar de reunión y acogida) o para una escapada, con Toni y Oscar, al Nicasio de Sant Boi. Una comida con mi madre en el Mirador de Sant Just y un concierto fantástico de El Niño de Elche en la Sala Barcelona del Castillo de Montjuic (gracias Ángel) son otros momentos que nos hacen ver que, pese a todo, estamos en verano.

El Niño de Elche. La foto es de María José

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