Martes, 03 de agosto de 2010
A veces la normalidad puede tener un sabor especialmente dulce. El domingo pasado, en el patio de Olivia y Roberto, una cena de comida japonesa, rodeados de mosquitos sedientos, nos hizo disfrutar de una normalidad que sabía a gloria. En ocasiones - el ritmo equivocado que suele llevar nuestra vida así nos lo impone - no apreciamos los pequeños placeres de cada día. El domingo pasado, sin embargo, disfrutamos de cada gesto, de la compañía, de las risas, de la lluvia que quería interrumpir nuestra cena en el patio, del momento, de los brindis, de la suerte que supone estar de nuevo juntos e, incluso, de los mosquitos.
Y, en una versión casera, triste y cutre, de Lady Halcón, mientras María José deja de trabajar e intenta disfrutar de sus vacaciones, yo me incorporo al mercado laboral. Muchos cambios, todos buenos. Mucho que aprender y un primer día de esos que hacen historia (con esas morcillas que tengo por dedos no fui capaz de parar la alarma y los mossos me hicieron una – muy amable – visita de cortesía).
Como últimamente he tenido un poco abandonado este diario no he tenido tiempo de comentar mis lecturas. Algunas, por estar relacionadas con temas laborales, carecen de interés... aunque me han entretenido.


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