Viernes, 27 de abril de 2007
Hoy no es un viernes normal. Mientras el mundo, a mi alrededor, funciona a su ritmo habitual, yo me bajo y – recuperando el esplendor de las gloriosas jornadas que me inspiraron el título de este diario – me dedico al noble arte de perder el tiempo.
Me levanto, como todos los viernes, pronto y desayuno con María José. Dedico las primeras horas del día – rodeado de la calma de Graceland y acompañado por los ronquidos que Cass, estirada en el sofá, emite a un volumen inconcebible para su tamaño – a repasar mi correo electrónico y a enviar algunos mails.
Cuando Cass se despierta le doy su comida y salgo a pasear por el barrio. Todo parece igual que cada día, pero saber que no tengo que ir a trabajar es un descanso y me hace ver todo con más calma y disfruto de cada momento.
Un bus me lleva a Sarrià y allí recupero el barrio que disfruté durante el año que estudié aquí. Tengo todo el tiempo del mundo. Me compro “El País” y lo leo en “Can Pau” de la plaça Sant Vicençs. He venido buscando la nostalgia de los muchos momentos que pase en él y con el tiempo ha mejorado. Es el rincón de calma y tranquilidad – Carla Bruni ayuda a crear ese ambiente delicioso– que deseaba para leerme el periódico de cabo a rabo y hacer el crucigrama de Mambrino. Tendré que encontrar momentos para volver.
Vuelvo a casa y espero a que María José vuelva a casa después de trabajar.
Hace mucho, en uno de los comentarios de este diario, alguien – lo siento, no recuerdo quien fue – me recomendó la “Granja Elena” y desde entonces ha estado en la lista de restaurantes pendientes de visitar. Sus horarios – sólo hace comidas y sólo de lunes a viernes – no me lo han puesto fácil y hasta hoy no he podido seguir la recomendación.
La Granja Elena (P. de la Zona Franca, 228 Barcelona Tel. 933320241) es un bar sencillo que, con el tiempo y con el buen hacer de sus propietarios, se ha convertido en un restaurante en el que la calidad del producto es una de sus principales características. No es cómodo (es pequeño y ruidoso) y tampoco es barato (algo más de 40 euros por cabeza) pero la relación calidad-precio es buena.
Comemos muy bien, disfrutamos de unos postres sensacionales y me bebo una botella de cava que tendrá consecuencias.
Las consecuencias de la botella se llaman “Tú la letra y yo la música”, película a la que soy arrastrado gracias al especial estado de “buenrollismo” en el que me ha sumergido la ingesta de la infecta bebida a cuyo boicoteo me uno desde hoy mismo.
No tengo palabras para definir la película, sólo un aviso: NO LA VEAS.
Vuelta a casa, paseos con Cass, series, un poco de lectura y mis 24 horas de libertad extra que se esfuman. ¿Sólo es viernes?