DIARIO DE UN OCIOSO
Miércoles, 14 de junio de 2018
Hoy empieza la 25 edición del Sónar.
Lo malo de los aniversarios con números redondos, es que nos
obligan a hacer balance. Seguramente, ya he contado esto mil veces (con matices,
contradicciones y cierta pesadez de abuelo contando batallitas pasadas), pero
como el Sónar cumple 25 años, la nostalgia me empuja a escribir con cariño
sobre él.
Aterricé en el Sónar por casualidad. El festival incluía una
feria discográfica y me interesaba contactar con los sellos para una emisora de
radio que habíamos montado con unos amigos. La música electrónica me parecía
entonces algo ajeno, algo relacionado con la fiesta, las drogas, Ibiza y las
macrodiscotecas. Esa primera edición me descubrió que la música electrónica era
mucho más, que también era cultura, y consiguió que empezara a considerarla como un género musical rico y
lleno de matices.
Tras la primera edición vinieron años de descubrimientos
portentosos: Las exposiciones en el CCCB (precursoras de lo que ahora es
Sonar+D), los conciertos en el pabellón de la Marbella (no fui al Sonar noche
cuando se hizo en Apolo pero en aquel pabellón junto a la playa, vi que el
Sónar, aparte de cultura, también era fiesta… y que fiesta), los primeros
chill-outs como algo exótico, lujoso y casi incomprensible, grupos, bandas, dj’s,
artistas sónicos y visuales… y un buen día, tras seis o siete ediciones, me cansé y dejé de ir (otros intereses, otras
rutinas… la vida).
El trabajo me hizo volver hace 12 años (en 2007)… y descubrí
que todo seguía – evolucionado, mejorado, sobredimensionado – donde lo había
dejado. Recuperé sensaciones y vivencias en un recinto de día que, poco a poco,
se nos quedaba pequeño. El Sonar noche sí que tenía un marco nuevo que
funcionaba y era cómodo. (y ahora no vivo lejos y voy caminando). Viví con escepticismo
al principio, y con entusiasmo después, el traslado del Sonar de día a un marco
más frío, pero mucho más funcional y cómodo. Estoy viviendo la eclosión del Sonar+D que un buen día fagocitará al Sónar. Y ahí sigo, año tras año, disfrutando de un festival que es mucho más que música.
Sólo tengo agradecimiento para el Sónar: para los tres locos
que se lo inventaron (y que demostraron que no era locura sino visión de futuro),
para el personal de prensa y el resto de personal del festival, para los
artistas que me han hecho vivir momentos intensos y para los que, con su
actuación desastrosa, me han dado tema de conversación… ¡Gracias por estos 25
años! ¡He aprendido mucho y me he divertido más!
No puedo acabar esta crónica sin dejarme a un elemento que
ha estado presente en la mayoría de mis Sónar. Le he llamado elemento (y según
como, no es una mala definición) pero es una persona: Jordi P. Con él hemos
vivido conciertos, horas de trabajo, muchas cervezas, comidas malas en el
recinto y mejores fuera, fotografías, incursiones en las exposiciones y en el
Sónar+D, conversaciones sobre música y sobre el universo y sus contingencias… y
este año, seguro, volveremos a compartir buenos momentos. Ens veiem demà Jordi!
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