16 junio 2016

DIARIO DE UN OCIOSO
Jueves, 16 de junio de 2016

Los hechos pre-diario (anteriores a julio de 2003) no suelen ocupar un lugar destacado en esta narración. No obstante, y llevado por la nostalgia, me dejo llevar en ocasiones para, con ayuda de la memoria, explicar momentos vividos y matizados por el tiempo y el autoengaño.

Hoy empieza el Sónar. Entro en la máquina del tiempo y me remonto a 1994 para empezar a recordar mi relación con este festival. El Sónar no era entonces el gigante en el que se ha convertido, más bien era un proyecto quijotesco que pretendía universalizar un tipo de música en ese momento encerrado en las salas de baile. Entré en el recinto del CCCB con curiosidad, descubriendo que detrás de la “música disco” (hasta entonces, en mi ignorancia, únicamente un producto de consumo fácil) había mucho más. El motivo principal de mi visita era la feria discográfica, pero acabé descubriendo todo un mundo.

Tras este primer enamoramiento, repetí  los años siguientes. La pasión por descubrir nuevas propuestas se mezclaba con una concesión al hedonismo. Pasear por el recinto del CCCB era agradable, hundirse en las catacumbas donde se exhibían extrañas propuestas tecnológicas toda una tradición, las cervezas al sol una delicia y escuchar buena música rodeado de gente feliz era totalmente adictivo. En el Sónar – muchas veces junto a Jordi P. con el que todavía hoy compartimos muchas horas de concierto – descubrí intérpretes, tendencias, estilos,  ritmos y conceptos hoy totalmente universalizados (como el “chill out” en aquel entonces una extravagancia curiosa pero muy placentera). Pese a todo, mi relación con el Sónar era casi profesional.

Años después – la memoria es frágil y engañosa – descubrí también el Sónar Nit (entonces no se llamaba así). Recuerdo la sensación de entrar en el Pavelló de la Nova Mar Bella y descubrir una gigantesca rave donde casi todo estaba permitido, la felicidad era intensa y las sensaciones vibrantes.
Llegó un momento en que mi carrera profesional me alejó del Sónar. Durante varios años lo tuve que seguir con interés desde la distancia con cierta envidia y con ganas de volver. Y fue el trabajo, de nuevo, el que me volvió a acercar al Sónar tras este paréntesis obligado.

Vuelvo al principio de esta concesión a la nostalgia: Hoy empieza el Sónar. Empiezan tres días de descubrimiento y diversión, tres días de concesión al hedonismo y al conocimiento, tres días mágicos para disfrutar de uno de los mejores festivales del mundo.  Habrá crónicas, pero hoy quiero aconsejaros que os acerquéis al Sónar con mente abierta y ganas de pasarlo bien.


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