22 diciembre 2015

DIARIO DE UN OCIOSO
Sábado, 12 de diciembre de 2015

Jugándonos la vida, bajamos a desayunar hasta el sótano del hotel por las empinadas escaleras. El comedor da directamente al Canal, es muy agradable y hoy estamos solos. El buffet del desayuno es muy completo y variado. Se agradece.  

Parece que el sol, tímidamente, se impone a las nubes. Decidimos aprovecharlo y pasear la ciudad. Empezamos por el inmenso mercado que hay en la calle Albert Cuypstraat. A esta hora – no es tan temprano – aún están montando los más rezagados y no hay demasiada gente.  Cogemos un tranvía, bajamos en una parada al azar y empezamos a pasear. Durante el paseo cruzaremos algunos  mercadillos más (de “pulgas”, de navidad, de todo un poco…). 



De nuevo el azar nos lleva al Jardín Botánico. Entramos, paseamos, hacemos fotos y hacemos una parada técnica en el bar. Descubro la cerveza Gulpener que no conocía y me encanta.
El Hermitage Amsterdam no está lejos y hay una exposición de las galerías de retratos de la edad de oro de Amsterdam que quiero ver. Los retratos ayudan a entender parte de la historia y de la vida de la ciudad  y el gran tamaño de algunos de los cuadros – y la espectacular sala central – resultan impresionantes.



La segunda exposición es de pintura española. El Greco, Ribera, Zurbaran, Velázquer, Murillo, Goya, Picasso, Anglada Camarasa… la colección de pintura española del Hermitage es extensa y alguna de las obras expuestas son un descubrimiento.

El día ha cambiado. El sol que nos había acompañado hasta ahora – tímido pero reconfortante – ha desaparecido engullido por algo semejante a la noche. Paseamos un poco más, cruzamos un mercadillo moderno en el interior de una iglesia (cool, con música navideña en vivo, artesanía, diseño y muchísima gente) y acabo comiendo una triste pizza – María José tiene más suerte con la pasta – en un italiano.


Paramos en el hotel para descansar un poco. Siesta.

Es hora de volver a disfrutar del Amsterdam Light Festival. Para llegar al punto de origen de la Iluminade (la ruta a pie) cogemos el metro (más por curiosidad que por necesidad). El día se ha acabado de girar. Llueve y, lo que es peor, hace viento. A lo largo del largo paseo – unas dos horas en total – nuestro paraguas será destruido en varias ocasiones y María José conseguirá recomponerlo una y otra vez. Una lástima, porqué la ruta a pie es tan fascinante como  la que hicimos ayer en barco. Alguna de las intervenciones artísticas aparecen en ambas rutas, pero entre las inéditas me gustan especialmente “Bridge” de Tomás Ribas, “Infinity” de Stephen Newby o “Melody Dots 21” de Dirk Haubrich & Yoko Seyama.



Estamos mojados – más de lo que creemos – y muy cansados. Abandonamos el Festival y nos adentramos en una zona oscura. Al fondo, una luz salvadora ilumina nuestro camino. El Waterlooplein 77 (Rapenburgerstraat, 169) es nuestra salvación. Rodeados de una decoración preparada para celebrar el cuarenta cumpleaños de un parroquiano, empezamos a sentirnos vivos de nuevo. Cerveza, un extraño cóctel de frutos secos, amabilidad y buena música más vieja que nueva (creo que no fue aquí, pero en el viaje oímos “words”, toda una señal tratándose de un aniversario). Mientras aprovechamos para repasar fotos, empieza la celebración – tranquila – de los parroquianos habituales con el recién unido a la hermandad de los cuarentañeros. Sigue sonando música viejuna.



Metro y vuelta al centro. Cenamos en el Koh-i-Noor (Westermarkt, 29. Amsterdam), un restaurante indio. Todo está delicioso.


De nuevo el día ha sido largo. Damos un pequeño paseo y nos retiramos relativamente pronto. Hora de descansar.


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