DIARIO DE UN OCIOSO
Sábado, 20 de junio de 2015
Empiezo el día – como contaba ya ayer – con mi primera
visita al gimnasio en muchos años. Rodeado de extraños aparatos de uso incierto
y aspecto amenazador, ando muy perdido. Por suerte es muy pronto y mi
perplejidad pasa desapercibida para los habituales. María José acude en mi
ayuda y me dirige hacia una máquina llena de botones y mecanismos. Subir y
empezar a hacer ejercicio es ya para mí un extenuante ejercicio.
Sin embargo – y contra todo pronóstico – consigo hacerme con
la maquina (o la máquina se hace conmigo) y, sin pena ni gloria, consigo mi
objetivo (salir sin un rasguño de la experiencia).
Tras tareas de intendencia doméstica – largamente abandonada por trabajo y por pereza -, como con María José
en el Japonés de la puerta de al lado y me acerco al recinto del Sónar día.
Mucha más gente que ayer – por desgracia muchos de ellos sin camiseta -,
felicidad en el ambiente, mucho sol y calor. Lo de Vessel es una agresión que,
como primer plato, cuesta digerir. En otro momento seguro que los disfrutaré,
pero a estas horas y con los nigiris todavía en el estómago, necesito algo más
suave.
Me lo ofrece Owen Pallett que, a pleno sol y armado con un
violín, ofrece un concierto que destila talento a medio camino entre el pop de
autor y la electrónica. Ya preparado
para sonidos menos fáciles, me encierro en el SonarComplex para escuchar a KTL.
Sorprendentemente adictivos pese a que no son fáciles.
Llega la noche. Cena con María José en el Cañete Mantel.
Ambiente de restaurante viejuno, una mesa agradable, buena comida (hicimos un
completo menú de tapas) y la mejor de las compañías para celebrar una cena de
hace 25 años en un restaurante ya desaparecido hace mucho (quizá, precisamente
por eso, el recuerdo permanece sin interferencias ni ruidos).
Remato el día (de hecho ya es sábado) con un conciertazo de
Die Antwoord. Poligoneros, sucios, musicalmente previsibles… grandiosos en
directo. Los disfruté hace un par de años y no quería perdérmelos. Su directo
se ha pulido y han cambiado un poco de salvajismo por trucos escénicos que
funcionan como un cañón. Nada que objetar, el escenario principal del Sónar
noche – muy lleno para verlos – vibró y bailó desde el primer al último tema de
un concierto memorable.
Queda mucho por ver y escuchar… pero el día ha sido muy
intenso y es hora de volver a casa.
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