30 junio 2010

DIARIO DE UN OCIOSO
Miércoles, 30 de junio de 2010


El tiempo pasa muy rápido. Se acaba el curso, llegan las notas (buenas) y me doy cuenta que ya ha pasado un año desde que me quedé sin trabajo. Durante estos 365 días he aprovechado para volver a pisar una aula, para acumular más conocimientos inútiles, para darle forma a algunos proyectos y para descansar mucho. Si me paro a pensar me parece insuficiente y tengo la sensación de que podía haber hecho mucho más. El hecho de estar sin trabajo impide – en mi caso – el disfrute total de todo el tiempo que el azar ha puesto en mis manos. Por desgracia, no es lo mismo que estar de vacaciones.

Pero hay que hacer que, al menos, lo parezca. Y por eso el lunes decidí acercarme a The Brandery, un salón de moda urbana que se estaba celebrando en Barcelona hasta hoy.

LOST IN TRASLATION (I) : THE BRANDERY

Abandonadas todas las que he ido iniciando en el pasado, sin demasiado éxito de público y seguimiento nulo por parte de la crítica, inicio hoy una nueva serie de crónicas que, sabiendo que no me llevarán a ningún sitio, pretenden proporcionarme experiencias distintas, acercarme a nuevas realidades y – realmente es lo único que pretendo – entretenerme un rato.
Mi primera incursión en esos mundos paralelos – tan cercanos, tan lejanos – me lleva a The Brandery, un sálón de moda urbana que aúna dos conceptos que no pueden estar más alejados de mi día a día: moda y negocios.
Los bloggers (de tendencias) deben estar cogiendo cada día más importancia en el mundo de la moda, eso explica que acreditarme como tal no suponga un gran problema. En unos minutos ya ando con mi acreditación en el bolsillo por los pasillos de The Brandery.
Y la primera impresión es que – decorativamente – en el mundo de los stands de moda, todo vale. Junto a auténticas obras maestras del interiorismo encuentro aberraciones basadas en la acumulación, el feismo sin razón y el cutrerío disfrazado de arte povera, sin falta de gracia y con un absoluto vacío detrás. Intrusismo, “doityourself”, “yotambiénpuedohacerlo”, “sijuntamosestoconesto”... marcan las líneas de muchos stands que vienen a presentar la imagen de una marca... urbano no quiere decir “de mierda”. Algo decepcionado, esperaba un interiorismo de más nivel, lleno de sorpresas e ideas innovadoras, sigo con mi paseo por el salón.
El público es profesional y, por lo que veo, raramente viste la ropa que se intenta promocionar en el salón. Por suerte, al cabo de un rato, empiezo a descubrir algunos looks valientes. Looks que – lo siento, soy profano en esto de la moda – me hacen sonreír y despiertan simpatía inmediata. Es una de las cosas que había venido a ver, pero por desgracia son la excepción.
La música es uniforme y sorprendentemente bien pinchada, el volumen es demasiado alto y ahoga las actividades particulares de algunos stands que pretenden desmarcarse. En uno en concreto, rodeados de cajas que simulan un almacén de los años 20, tres músicos (guitarra, percusión y acordeón) intentan elevar su sonido por encima del hilo musical. No lo consiguen, pero si te acercas mucho a la guitarra consigues adivinar que no suenan mal.
Sigo perdido y fuera de lugar, pero más por estar en un mundo de negocios que por estar entre profesionales de la moda. Podría estar en cualquier otro salón de Feria de Barcelona y no habría demasiada diferencia.
Hora de reponer fuerzas. En el Chiringuito (se llama así) que han montado en el exterior – con ventiladores que hacen más cómoda y fresca la consumición – paro para hacer una cerveza. La oferta gastronómica es variada y no tiene mala pinta (sushi, alta cocina de la mano del Nuclo, pan con tomate y jamón...) y los locales lucen un buen diseño (sobretodo un bar de Damm que es todo un acierto hecho con materiales reutilizados). No me quedaré a comer, ya he tenido bastante. Aburrido, es hora de volver al mundo real.


Martes. Quedo con Alex “El Niño” para una primera edición de “Los martes del Olivero”. “LMO” son unas jornadas lúdico festivas cuyo único contenido programático es hacer unas tapas con amigos en el La Bodeguilla del Olivero “Güeno”. En esta primera edición hemos sufrido algunas deserciones de última hora y, aunque la asistencia no ha sido muy grande, la calidad de los asistentes ya justificaba la celebración de la jornada. Alitas, mollejas, morro y mucha cerveza. Rematamos con unas tortillas en el Deportivo y un carpacio de idiazabal con sobrasada y miel en Ca Les Noies. Acabamos la jornada en el patio de Graceland recuperando fuerzas mientras María José y Montse pintan encerradas en Diogenes.

Hace unos días, la edición barcelonesa de la revista Time Out, ofrecía cenas “de lujo” a dos euros. La oferta me ofrecía un menú a dos euros siempre que fuera acompañado y decidí probarlo. El restaurante elegido fue La Maison du Languedoc-Rousillón (Pau Claris, 77 Barcelona), un viejo conocido que siempre nos ha gustado.
La música, ayer excesivamente alta, rompía el habitual ambiente relajado. Esperábamos estar solos – a esa hora España estaba ganando su partido contra Portugal – y había bastante gente. Eso, nuestro cansancio y unas mesas excesivamente juntas, hicieron que la experiencia, aunque satisfactoria, no fuera tan grata como sería de esperar.
El menú que nos ofrecieron fue más que correcto – por el precio que íbamos a pagar -: de primero María José se decidió por un surtido con ostras (que me comí yo), mejillones y langostinos y yo probé un huevo poche con salsa de múrgulas que estaba muy bueno. Los segundos, un suquet que María José dice que estaba muy bueno y ternera guisada acompañada con puré. Postres correctos – nada espectacular, nada que destacar -, agua y una cerveza. En total la cuenta subió a poco más de 30 euros. La experiencia fue divertida pero ha despertado dudas sobre un restaurante que – hasta hoy – nunca nos había decepcionado. Seguramente le daremos una nueva oportunidad sin recurrir a una oferta extraña... pero tardaremos un tiempo.

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