12 mayo 2010

DIARIO DE UN OCIOSO
Miércoles, 12 de mayo de 2010


Mi amigo Norberto se había montado un plan genial. Visita a Barcelona desde Alemania, cena con amigos en “Sean Connery”, compras, concierto de Alejandro Sanz (esta parte no la envidio e incluso le compadezco por tener que verlo y por ser reincidente)... pero las excreciones de un volcán islandés se lo han impedido.

Su pequeña desgracia me dejó sin plan para la noche del martes y recurrí al cine más cercano donde ayer proyectaban “Arropiero, el vagabundo de la muerte” de Carles Balagué. La película reconstruye la vida de Manuel Delgado Villegas, el Arropiero, el mayor asesino en serie de la historia de España. Más que la inmersión en la vida de el Arropiero – caótica, desgraciada, marginal... lo que sorprende del film de Balagué es el trato que la justicia y las autoridades (desde que fue capturado en 1971 hasta su muerte en 1998) dieron a su caso. El olvido como manera de solucionar un problema que no fueron capaces o no quisieron afrontar. La película me gusta mucho pese a que no entiendo su proyección en pantalla grande ya que no le añade nada positivo. Una buen documental para ver en casa.

Lo que también se merece un documental es la consulta popular que el Ayuntamiento de Barcelona ha organizado sobre la reforma de la Diagonal. El caso se estudiará en las escuelas de estrategia política como un ejemplo de lo que no debe hacerse jamás. El cursillo podría llamarse “El tiro por la culata o elogio de la estulticia”.

Alguien – un genio que gana mucho dinero, probablemente a costa del erario público – decidió que una votación popular sobre la reforma de la Diagonal sería una grandiosa campaña de imagen para un alcalde que necesitaba un último empujón para hacer lo que siempre, desde que hay democracia, han hecho los alcaldes socialistas en Barcelona: ganar. Lo primero que decidieron los responsables del desaguisado es adaptar las normas democráticas para conseguir así un seguimiento mayor y asegurar el éxito de la campaña. Así dejaron votar a partir de los 16 años, dejaron votar a los inmigrantes (con la única condición de haberse empadronado en la ciudad del día 1 de enero), aumentaron los días hábiles para la consulta (de uno que es lo que marca la ley, a una semana que es lo que les ha parecido bien a los pensantes que lo han decidido), organizaron un chapucero sistema informático con un coste astronómico, indicaron que opción es la que se apoyaba desde la institución (y por lo tanto marcaban el camino a sus votantes) y permitieron con un control deficiente que cualquiera pudiera votar en nombre de otros (con los datos que hoy en día constan en cualquier archivo puedes identificarte como quien no eres y votar online). La guinda la puso el lunes el alcalde de Barcelona Jordi Hereu. Hereu, recordemos que la campaña se ha hecho para empujarle en su reelección, quiso ser el primero en votar. El sistema falló y – mal aconsejado por su peor enemigo – el alcalde hizo ver que todo iba perfectamente y que su voto ya había sido emitido (versión que desde el Ayuntamiento se ha defendido hasta hoy), es decir, el Alcalde de Barcelona mintió al ciudadano para hacerse la foto. Quien le garantiza ahora a ese mismo ciudadano, al que Hereu mintió, que su voto va a servir para algo, que la opción que salga elegida será la aplicada, que no es todo una gran patraña. A veces, sólo a veces, me gustaría vivir en uno de esos países en los que la gente dimite por mucho menos. Además parece ser que los votantes, cabreados por ser tratados con semejante falta de respeto, están optando por dar la espalda al consistorio y están decantándose por la opción que se opone a las reformas proyectadas por el Ayuntamiento. Y es que cuando uno no limpia su arma – aunque sea una arma democrática – se arriesga a que el tiro le salga por la culata.

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