03 diciembre 2009

Restaurantes aberrantes (4)
El Ego o hoy sólo tenemos dos cervezas.


Dicen que la primera impresión es la que cuenta.
El trato que recibimos nada más entrar podía presagiar el desastre que sería el resto de la noche... pero no supimos leer entre líneas y no nos ahorramos la triste experiencia que supuso cenar en el restaurante Ego de la calle Comerç de Barcelona.

Entramos por la puerta. El restaurante está prácticamente vacío y nadie sale a recibirnos. Al cabo de más de un minuto aparece un camarero que, a gritos y desde la otra punta del local nos pregunta que queremos. (Paréntesis número 1: Dos tipos entran en un restaurante a las 21:30 y se quedan parados junto a la puerta ¿Alguien tiene alguna ligera idea de lo que pueden querer?). En vez de huir, contestamos a la pregunta diciendo que nos gustaría – si es posible y no es demasiada molestia – cenar algo.
Nos señala una zona del local y, sin acompañarnos, nos dice que escojamos mesa y desaparece otra vez.
Pese a que sólo hay una mesa ocupada, tardan muchísimo en atendernos. Al final nos traen la carta y pedimos.
Como cortesía nos obsequian con un plato con butifarra blanca y butifarra negra, la cosa empieza a mejorar. La lástima es que las cervezas que hemos pedido no aparecen hasta que el plato – que era generoso – ha pasado a la historia. Aparecen por fin las cervezas y, tras ellas, los primeros. (Paréntesis número 2: En este momento la camarera – muy amable – nos dice que si queremos nos trae una copa de sangría que ofrecen como cortesía pero que – seguramente por la acumulación de trabajo que les proporcionan las dos mesas ocupadas en todo el local – han olvidado de servirnos al principio de la cena).

Mi primero es decepcionante. La pasta navega en un mar de líquido mientras que las chistorras – para nada integradas con la pasta – hacen la guerra por su lado. Un plato hecho con poco cariño y una preocupante falta de pericia culinaria. Pero pese a que es un plato de piso de estudiantes en su primer año, como hay hambre, me lo como.
Nos gustaría acompañar el primero con una segunda cerveza, la pedimos.
La segunda cerveza no llegará nunca a nuestra mesa, pero nosotros aún no lo sabemos.

Llegan los segundos. El tataki de atún que me sirven es de lo peor que he tenido jamás en el plato. Cuatro pedazos de atún – no demasiado escogidos – totalmente hechos. El interior no está crudo y el exterior está más cerca de estar hervido de estar tostado. Jordi no tiene mejor suerte y opta por dejar el plato prácticamente inmaculado. No sé si hemos tenido la mala suerte de aterrizar el día de los becarios en la cocina... pero lo parece. En medio de la zozobra aparece la camarera y nos dice que no hay más cervezas. (Paréntesis número 3: en este momento yo me giré para buscar la mesa con la veintena de alemanes que estaban acabando con las existencias de cerveza del local... pero la única mesa en la que se estaba consumiendo el escaso recurso era en la nuestra). Nos invita a que escojamos una botella de vino de la carta que correrá a cuenta de la casa. Lo hacemos.

Hay dudas sobre si pedir postre o no. Pero, como la cosa ya no puede empeorar, nos decidimos a hacerlo. El tamaño de mi crepe con helado es descomunal. Es lo mejor que puedo decir del postre (por suerte se les había acabado uno que, según la camarera, es todavía más grande).

Al final – y teniendo en cuenta que sólo pagamos las cervezas y que realmente nos invitaron al vino – pagamos 23 euros por persona. Mi peor inversión en los últimos tiempos. No volveré.

Para colmo algo me sentó mal. Una cena para olvidar, un local para no ir.

1 comentario:

Toni Tugues dijo...

Por lo visto de lo q les sobrava era precisamente Ego .. y del malo XD.. cachislamarsalada!