19 septiembre 2008

DIARIO DE UN OCIOSO
Viernes, 19 de septiembre de 2008


Ante todo: hoy es viernes. Felicidades a todos.

Hace unos días Alejandro – mi sobrino – puso los ojos como platos cuando pusimos un disco de vinilo. “Como en las películas” fue su comentario, mientras miraba girar el tocadiscos con el mismo interés que miraría los huesos de un dinosaurio en un museo.
Alejandro tiene 12 años y era la primera vez que veía funcionando esa antigüedad fuera de la pantalla. A parte de hacerme sentir como parte de ese pasado tan lejano, me hizo reflexionar sobre el increíble ritmo al que las tecnologías quedan obsoletas actualmente. ¿Dónde está el walkman? ¿Quién se acuerda del minidisc? ¿Y de esos “loros” gigantes con doble pletina? ¿Qué será de nuestros modernos reproductores de mp3 en un par de años?
Hace tiempo que no me compro discos de vinilo. El último – “A grand don’t come for free” de The Streets – lo compré – junto al CD – en 2004. Pero cuando me pongo a escuchar música, lo sigo pasando mucho mejor si tengo que levantar la aguja, acertar en el surco que quiero escuchar y si –mientras suena mi canción – puedo echarle un vistazo a una carátula que tengo que coger con las dos manos. Y pese a eso, lo hago poco.
No creo que vuelva a comprar demasiados vinilos, pero si que me gustaría seguir ampliando mi colección poco a poco y poderlos poner en ocasiones como hicimos el día en el que, para Alejandro, nos convertimos en parte de la prehistoria de la música.

Hace unos días os amenacé con volver a hablar de “Pablo de Málaga”, el último disco de Enrique Morente. He tenido tiempo para escucharlo más – no tanto como me hubiera gustado – y me gusta todavía más que tras las primeras escuchas.
Enrique Morente. Pablo de Málaga

Pablo de Málaga nace de un encargo que crece y se convierte en un trabajo creativo de alto nivel. Y lo es porque es bello y entretenido, porque arriesga, porque juega al límite sin olvidar la tradición y, sobretodo, por que conmueve y emociona como sólo el arte puede hacerlo.
Abordar la figura de Pablo Picasso desde sus desconocidos textos es el primer riesgo que Enrique Morente asume y, aunque hace mucho que Morente abandonó los textos clásicos del jondo para adentrarse en otros mundos que entroncan mejor con su creatividad, sigue llevando la frontera un paso más lejos con cada trabajo. Pero es musicalmente donde su personalidad desborda. La fuerza de su voz se engrandece con la utilización de tecnología, de samplers, de voces y de ruidos.
Desde el apabullante “Guern – Irak” que abre el disco – una montaña rusa que consigue ponerme la piel de gallina en cada uno de sus picos – el disco se convierte en una sorpresa continua, en un descubrimiento, en una obra que traspasa los límites del flamenco sin dejar de serlo en ningún momento.
Y es que, aunque los detractores de Morente – que los tiene y muchos entre los talibanes de la ortodoxia flamenca – digan lo contrario, en los trece temas de “Pablo de Malaga” hay mucho flamenco. Me gusta la delicadeza de “autorretrato” (que empieza con un sampler con la voz del pintor), la sobriedad de “Pintao en un papel verde” que se convierte en puro ritmo en “Borrachuelo con aguardiente” o el pellizco sutil de “Adiós Malaga”. Pero también disfruto con la ortodoxia de la “malagueña de la campana” que se convierte en creatividad sin límites en esos “compases y silencios” que le siguen (y que me recuerdan a ese principio de Omega que tanto me gusta).
Que bonito es “Soneto X” y cómo se le va la pinza al cantaor en “Angustia de mensaje”, no hay nada en el disco que se pueda desaprovechar, escucharlo es siempre una fiesta.

Modernidad, tradición y arte son tres elementos que raramente encontramos en un disco, y “Pablo de Málaga” está repleto de los tres. Inmenso.

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