23 marzo 2008

DIARIO DE UN OCIOSO
Sábado, 22 de marzo de 2008


Miércoles. Celebramos el santo de María José con una cena en Graceland a la luz de las velas (bueno, también estaba encendida la luz de la cocina...pero las velas estaban encima de la mesa y algo de luz daban). El menú es bueno (paletillas de cabrito lechal al horno) pero es la ilusión que hemos puesto en esta cena lo que la convierte en algo especial que la aleja de nuestras cenas diarias.

Jueves. Será jueves, pero sabe a viernes. Lo celebramos cenando en el Sakuraya y dando por inaugurado el largo – son cuatro días – fin de semana.

Viernes. Nos levantamos pronto y, con Cass, voy a por el desayuno. La panadería habitual está cerrada (Cass se queda sin el trozo de bastón que los panaderos le dan cada día) y me tengo que ir a la de enfrente donde los cruasanes pequeños no son tan buenos. Tampoco hay periódico. El cúmulo de adversidades a tan temprana hora puede parecer un verdadero desastre, pero estar de semi-vacaciones hace que las afrontes con mayor entereza.
Poco después de mediodía llegan – desde Castellón City – Lidu, Jose, Alejandro y Joana. Han venido a pasar un par de días con nosotros y, de paso, a por las monas.
Aperitivo, comida (barbacoa), cena y, entre comida y comida, paseos con Cass, siestas y partidas (con las dos consolas que se ha traído Alejandro, con la máquina de marcianitos o con el pinball). También – en una decisión para olvidar – cogemos en el videoclub “Thai Dragon”. El nulo conocimiento del lenguaje fílmico del que hace gala el director convierte la película en una de las mejores comedias que he visto últimamente. Si hacerme reír a carcajadas y provocarme expresiones de perplejidad no era la intención del director, he de decir que no es una buena película (es más, incluso dudo que a esta serie de – buenas – coreografías marciales se le pueda llamar película.

Al final, después de cenar, nos retiramos hasta mañana. El día ha sido intenso y mañana nos espera más.

Sábado. Nueva jornada familiar. Paseos, pollo a l’ast para comer y buenas conversaciones. Y llega la noche. De nuevo solos, cansados pero contentos, lo hemos pasado bien. Tiempo de leer (he acabado “Las benévolas” de Jonathan Littell y “María y yo”, un pequeño – y delicioso – cómic de Miguel Gallardo) y de descansar.

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