08 octubre 2006

DIARIO DE UN OCIOSO
Sábado, 07 de octubre de 2006


Casi un año después, ha llegado el momento de cumplir con la tradición y subir a “la Mola” acompañado de un puñado – hoy seremos 22 – de ex-compañeros de trabajo.
el monasterio de sant llorenç de munt
La jornada empieza con el pesado viaje que me ha de llevar al punto de encuentro (un tren, el metro, otro tren y el coche de Albert S. son los cuatro medios de transporte que me ayudan a recorrer el, no tan largo en kilometraje como parece por el despliegue de vehículos, camino). El momento del reencuentro tiene algo de emocionante y uno de los alicientes es ver quien ha acudido a la cita. Me alegra ver a las caras que nunca fallan pero todavía me gusta más verme con compañeros con los que llevaba mucho sin coincidir.

Tras el retraso habitual – tradición ya consolidada con una constancia digna de elogio y por cuya abolición abogo – iniciamos la ascensión hacia el monasterio de “Sant Llorenç de Munt”. No faltaran, durante la subida, largas conversaciones, la vista, durante la subidaparadas para desayunar diez minutos después de empezar, dudas sobre el camino a seguir – pese a que está perfectamente indicado –, recuerdos de pasadas ediciones y una encendida discusión sobre el número de subidas (entre 10 y 12 según la fuente que se consulte) que ya hemos hecho.
Al llegar, descansamos al sol mientras esperamos que nuestra mesa – verdadero “leit motiv” de toda la jornada – este preparada. Verduras, setas y carne a la brasa, pan con tomate y mucho vino (un priorat peleón que tiñe el vaso) son el menú que nos espera.un momento de meditación tras la comida
Tras los cafés y las copas – en porrón – llega el momento de las – no tan viejas – tradiciones y las nuevas actividades. Entre las viejas tradiciones debo destacar la emotiva lectura con la que, por segundo año consecutivo, nos obsequia Francesc C. (lectura no siempre estimulante, normalmente incoherente, poco estructurada, adornada por una triste dicción y, pese a todo esto, necesaria ).
Entre las actividades de nuevo cuño – y en homenaje a Xavi C. que hoy no ha podido venir – se decide iniciar las actividades de una agrupación castellera (bautizada con el poco edificante nombre de “els borratxos de la mola”) cuyos logros en su primera actuación son el inédito “8 de 1”, el intento de “2 de 2 amb manilles (ejecutadas magistralmente por Víctor G.)” y el descomunal “pilar de 3 aixecat per sota” que culminaron con no pocos problemas.

Una vez mitigados los efectos del alcohol ingerido, iniciamos la vuelta, nos despedimos y nos emplazamos para el año que viene (momento en el que esperamos que el asunto de la paga de Guillem – hijo de Gloria – esté definitiva y satisfactoriamente resuelto).

La vuelta (coche, tren, metro, tren ) es larga. Llego a casa, me ducho, me visto y salgo de nuevo. He quedado en el “Petra” con más ex-compañeros de trabajo (en esta ocasión de mi primer trabajo). Cuando llego, Jordi P., Alex “el niño”, Lluís “el chino” y Víctor C. (que no es ex-compañero de trabajo pero también se ha apuntado), ya están en los postres – he llegado sólo una hora y media tarde – así que me tomo una cervecita con ellos.
Después, en “el Nus”, descubro por fin en que consiste el llamado “problema vasco”. Luís Fernando, un bilbaíno de verbo fácil, se nos sienta en la mesa y durante un rato que se me hace eterno habla y se escucha. Chascarrillos y juegos de bar que vi por última vez a los 15 se mezclan con lecciones de comportamiento nacional que no estoy dispuesto a seguir soportando. Aburrido me retiro ya que “el problema vasco” parece no tener fácil solución. Me despido de todos – también de Emma y Laura que han aparecido en algún momento del Monólogo- y tras, patear hasta Atarazanas buscando un taxi – cosa casi imposible un sábado por la noche - y comprar “El País” en uno de los quioscos de “Las Ramblas”, vuelvo a casa cansadísimo y por fin me reencuentro con María José.

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