28 septiembre 2006

DIARIO DE UN OCIOSO
Lunes, 25 de septiembre de 2006


El nuevo día nos trae de nuevo el sol. Bajamos a desayunar el triste buffet del hotel (sin café después del desencuentro que tuvimos ayer con el brebaje con el que nos quieren engañar) y salimos a la calle en busca de una bolsa de mano con la que sustituir la que, durante el viaje, se fue rompiendo. Un bazar chino acude en nuestro socorro y por poco más de 7 euros tenemos una nueva bolsa que esperamos llegue a Barcelona con todas nuestras pertenencias en su interior. torre de belem

Hoy aquí es laborable, cruzamos la “Baixa”, a estas horas despertando del fin de semana, y un tranvía nos acerca a Belém. El monasterio está cerrado pero su fachada y su puerta principal nos avisan de lo que nos hemos perdido – ya tenemos una excusa para volver -. Paseamos por la orilla del río, visitamos la Torre de Belém, el “Pedrao dos descobrimentos” – aunque no nos guste reconocerlo, somos turistas – y hacemos un café en la terraza del Centro Cultural de Belém.
callejón de Alfama
Un taxi – infinitamente más barato que en Barcelona – nos devuelve al centro de la ciudad. Visitamos la catedral y nos internamos de nuevo en los callejones de Alfama. Sus subidas y sus bajadas nos dan hambre y, tras dar algunas vueltas buscando el lugar ideal, solucionamos el problema comiendo en “Santo António de Alfama” (Beco de Sao Miguel, 7 Lisboa. Tel. 218881328). El restaurante es bonito y acogedor. Nos
situamos en una mesa entre la terraza y el local – decorado con cientos de fotos de actores en blanco y negro – y disfrutamos de los entrantes y de la comida.
restaurante santo antónio de Alfama
De vuelta al hotel – nos han guardado las bolsas - aprovechamos para comprar algunos souvenirs (de tipo alimentario) en la – aparentemente anclada en el tiempo - tienda de la “Conserveira de Lisboa” (Rua dos Bacalhoeiros 34) y en la – no menos anacrónica - “Manteigaria Silva” (Rua de Antao de Almada, 1C), un colmado encantador lleno de delicias de todo tipo.

Recogemos las maletas en el hotel, cogemos un bus hasta el aeropuerto y – con el habitual retraso con el que las líneas aéreas portuguesas obsequian a sus clientes – volvemos a Barcelona. El taxi hasta Graceland – no vivimos demasiado lejos del aeropuerto – nos cuesta más que todos los taxis que hemos cogido en Lisboa juntos.

Reencuentro con Cass que no parece habernos echado demasiado de menos. El fin de semana ha sido fantástico. Hacía tiempo que Maria José y yo no disfrutábamos de un tiempo para nosotros solos y hemos disfrutado cada minuto.


 Lisboa desde el elevador de Santa Justa

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