27 mayo 2006

DIARIO DE UN OCIOSO
Viernes, 26 de mayo de 2006


Los últimos minutos de mi día en Levi Pants se hacen eternos. Pero el final anunciado llega y con él la liberación.
Cuando llego a casa me encuentro a María José, con cara de vicio, jugando con la maquina de marcianitos. Sin descargar la mochila me entrego a una reñidísima partida al “tetris”.
Al poco llegan Yoli, Rafa, Lucas, Jordi y Emma. Hemos decidido celebrar el éxito del traslado de la máquina con unas cuantas partidas y una visita a la cercana feria.
Es hora de cenar y, no sin dificultades, María José consigue arrancarnos de la máquina.

En el parque que hay cerca de casa han montado la típica feria de fiesta mayor: atracciones, chiringuitos para cenar, puestos de tiro, algodón de azúcar, churros y un escenario donde orquestas – con mayor o menor fortuna – repasan las canciones candidatas a canción del verano.
Cenamos tapas en uno de los chiringuitos y después ejercitamos nuestra puntería en una caseta. Con Rafa y María José hacemos un equipo fantástico y como premio obtenemos una fantástica luz de minero. Intento ponérmela pero las risas me recomiendan prudencia.
Lucas está muy cansado – es su primera juerga nocturna – y Rafa y Yoli se retiran con él. Continuamos paseando por la feria y, en un momento de bloqueo mental, decidimos subir a una atracción cuyo nombre nos debería haber hecho reflexionar: “la granota (rana en catalán) guay”. Subimos con intención de divertirnos y, tras ponerse en marcha, nos damos cuenta de nuestro error. La velocidad de centrifugación inicial hace reaccionar los aceites que pinchos y calamares han depositado en mi estómago y amenaza con aplastar a María José (atrapada entre la vagoneta y mi cuerpo). Lo peor, está por llegar. De golpe empiezan los botes y con ellos los golpes que mañana se convertirán en morados. El dolor tiene su parte positiva: gracias a él he olvidado lo revuelto que tenía el estómago tras las primeras vueltas. Intento hacer fuerza para no aplastar a María José y no lo consigo. Paramos, ahora toca marcha atrás. La última vuelta se convierte en una pesadilla a un ritmo infernal.
Bajamos de la atracción doloridos y descolocados pero con la alegría que tiene poder seguir viviendo.
Dejamos la feria – no sea que se nos ocurra subir a alguna otra atracción- y vamos a casa a hacer una última cervecita y unas cuantas partidas. Jordi y yo jugamos a juegos de lucha en los que Jordi me pega unas palizas brutales – para palizas estoy yo después de “la granota guay”- y las chicas se pican – mucho – con el Puzzle Bubble 2.

A las 3:00 lo dejamos. La sensación de vacaciones, de llegada del verano, nos ha acompañado durante toda la noche. Es lo que tiene vivir en un pueblo.

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