24 octubre 2005

DIARIO DE UN OCIOSO
Domingo, 23 de octubre de 2005


Sábado. El verano, enterrado ya por muchos, se defiende como gato panza arriba y consigue arañar una prorroga recibida con aplausos y menorquinas. Acabará por ser vencido pero su lucha se agradece.
Mañana de compras para Graceland y de visitas a tiendas de muebles. Llegamos a casa tarde y no tenemos ganas de cocinar. Seguimos un consejo de Yoli y Rafa y nos dejamos caer por el “Maxi” (c/Carretera del Prat, 30 Bis. Barcelona. Tel. 932968410). Nos sentamos en la terraza y nos pedimos unas tapas (medias raciones ya que nos han avisado que para dos tendremos bastante). Todo está muy bueno. Calidad, cantidad y a buen precio. A los cafés se apuntan Rafa, Yoli y Lucas que acaba de decidir comprobar empíricamente el efecto de la gravedad en el cuerpo humano. Lucas es muy pequeño y sus padres están preocupados, pero las risas que Lucas nos regala indican que – una vez pasado el susto - todo va bien. Los orujos con los que la casa nos obsequia acaban de poner todo en su sitio.
Vuelta a casa y siesta.
Paso la tarde y parte de la noche intentando (y finalmente consiguiendo) dotar a Graceland de una fantástica red inalámbrica. Ahora acceder a internet será mucho más fácil.
Domingo. Arranque lento. Pedimos un pollo a l’ast por teléfono y Jordi P. y Emma se apuntan al festín aportando un brazo de gitano, la comida dominical ya está completa.
En nuestra antigua casa no solíamos quedar con amigos para comer. Esta nueva modalidad de encuentro con los amigos, mas tranquila y relajada que las cenas, me gusta mucho.
Cuando nos quedamos solos, el ritmo del domingo se vuelve a ralentizar. Es el momento de dejarse llevar por la inercia del fin de semana y de acabar de cargar las pilas que nos darán energía durante el resto de la semana. Son las horas lentas y apacibles que suelen acompañar el final de todas las semanas.

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