24 julio 2005

DIARIO DE UN OCIOSO
Sábado, 23 de julio de 2005


Vacaciones, día 6.
Me levanto pronto y después de desayunar con María José bajo al mercado para hacer las últimas compras para la cena de hoy. Aún es pronto y el mercado no está lleno, en un par de horas las colas en las paradas serán terroríficas.
Con las bicis, y con el mismo espíritu que impulsaba a los protagonistas de “Verano Azul” a no parar de pedalear durante todos los episodios de la serie, nos acercamos al Club. Lo habitual: baños, lectura frente al mar, sol...

Vuelta a casa tras un último pase por el mercado (me había dejado el perejil).
Me encierro en la cocina. Pongo en remojo el bacalao. Hago albóndigas según la receta de mi madre. Limpio la sepia que no me han limpiado en la pescadería. Preparo “mandonguilles amb sepia”. María José prepara la cobertura de los pasteles que hicimos hace unos días (los teníamos en el congelador). Preparo el cordero en las bandejas. Cuezo los huevos de codorniz. Corto el salmón marinado en pequeños dados, los pongo en un plato y le añado una mezcla de aceite y salsa de soja. Escaldo los tomates y los corto en pequeños dados. Preparo una ensalada de feta y tomate con olivas negras. El bacalao ya está desalado, lo corto en pequeños dados, le añado tomate rallado y olivada casera, ya tengo la “esqueixada”. Pongo el cordero en el horno (estará en él más de tres horas). Pongo los boquerones, las olivas y las anchoas en bandejas. Hago sitio en la nevera y voy colocando todos los platos. Preparo “humus”. Saco el cordero del horno y preparo una salsa donde cuezo los champiñones.... ya está todo. Cansado pero ha valido la pena.cementerio de botellas
A petición de Jordi P. hoy celebramos una despedida de nuestra casa con los amigos habituales de cenas y fiestas. A los clásicos de estas cenas (Jordi P., Emma, Iola, David, Víctor y Laura) hoy se añaden María y Amador cuya aportación (nos descubren las “micheladas”) causa sensación.
Acompañamos la comida con abundantes cervezas, vino de diferentes denominaciones de origen y añadas, licores de todo tipo (entre los que destaca, como siempre, el fantástico orujo de la abuela de Rafa) y las ya citadas “micheladas”.
Entre las cuatro y las cinco cerramos la puerta agotados pero muy contentos. En el suelo de la cocina queda un cementerio de botellas que marca el tamaño de alguna que otra resaca mañana. La próxima cena será en Graceland.

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