30 octubre 2004

“El ocioso puede dedicarse, como los clásicos, a la meditación y el noble arte epistolar; puede ser un apasionado del amor, la escultura o el teatro; puede escribir poemas o pergeñar enciclopedias; puede desarrollar múltiples actividades; lo que no puede es trabajar, porque todo lo hace por placer”
Enric Sòria. Vindicación de la pereza. Cultura/s de La Vanguardia num. 123


DIARIO DE UN OCIOSO
Viernes, 29 de octubre de 2004


Mi vida de ocioso empieza cada día al abandonar la ciudad vecina. Los viernes, el viaje de vuelta, tiene un sabor especial: atrás quedan todos los sinsabores de una semana laboral y en la estación de destino me espera todo un mundo de oportunidades de ocio.
Me encuentro con María José en el centro y damos un paseo. María José se quería comprar algo de ropa pero no lo encuentra y yo no soy la mejor compañía para ir de compras. Aprovechamos para visitar en la sala Parés la interesantísima exposición de Nacho Amor y un par de exposiciones más que no me gustan demasiado (la técnica no lo es todo).
Vuelta a casa. Escucho el “Smile” de Brian Wilson y, con gran alegría, descubro que ha valido la pena la espera (de más de 30 años). “Smile” es un disco vibrante, divertido, rico, pleno... una maravilla que, con toda seguridad, me acompañará mucho durante los próximos días.
Por la noche quedamos con Yoli y Rafa para cenar. Tenemos que celebrar una liberación y lo hacemos con una cena en el “Marc’s”. Esta vez, al ineludible Franchini (lomo con roquefort), le acompañará un Kamasutra (hamburguesa, con cebolla y paté.
Decidimos continuar en “La torre rosa”. Nada más entrar Rafa y yo nos sentimos atraídos por el “millón” que está junto a la puerta y es que, como dice Rafa, ya tenemos una edad y el “millón” es un imán para los de treintaitantos. Desgraciadamente en el interior del bar no se está tan bien como en su fantástico jardín (el volumen de la música impide mantener una conversación pausada). Estamos todos muy cansados y decidimos retirarnos.

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